Un golpe de realidad

 [Esta entrada es de archivo y se escribió el 27 de marzo del 2020]

Ayer fue el primer dia que me costó dormir. Tengo la buena suerte ーa lo mejor se trata de fuerza de voluntadー de ser capaz de desviar mis pensamientos, de obviar el bucle. Que no significa eliminarlo, desmigajarlo, que sea inexistente, pues al día siguiente sigue ahí, más fuerte que nunca. Pero por lo menos lo puedo controlar por la noche. Y puedo dormir. 
Pero ayer casi gana la batalla. 
Ya la ha ganado en mi estómago, inestable desde hace semanas. En mi pecho, que palpita demasiado, que llega a doler. En mi cabeza, punzante. En mis pensamientos.

Ayer saqué al perro. Por él y por mi, porque ambos estábamos nerviosos. Fue un paseo corto, pues es mayor y no necesita mucho más. Pero allí mismo, al darme la brisa en la cara después de cinco días sin salir de casa, al mover las piernas por un terreno asfaltado, al oler los diferentes aromas de las calles, la realidad golpeó. Y todo me pareció tan irreal todavía... sí, golpeó, pero no se puede asimilar. Porque nos olvidamos de ella. Porque creamos una burbuja que nos protege de ella. Y es normal, es nuestro cerebro defendiéndose de algo que no podemos controlar, que se nos escapa de las manos. Porque es probablemente el único momento en el que tenemos que vivir en el ahora, porque el pasado duele y el futuro desespera: la nostalgia del pasado nos invade y esperamos un futuro igual a este, una vuelta a lo que fue. Pero no sabemos si lo que fue volverá a ser. Probablemente sí, pero no lo sabemos. Vivíamos en un mundo planeado, pero el futuro es incierto. Y seré una pesimista, puede ser, pero lo es. 

Y ese golpe de realidad vino por eso, porque no sabemos cuanto durará todo esto, porque todos mis planes se han ido al traste, porque ahora mismo no me puedo ni pagar el máster, porque probablemente mis padres tendrán que pedir un crédito para ayudarme a pagarlo, porque me han despedido, porque no soy suficiente, porque los echo de menos a todos y a él. 

Pero esto no va de mi solamente. También va por ella, que ayer empezó su turno de noche en el hospital con los pacientes críticos. Que me habló y me confesó que estaba nerviosa, que tenía miedo. Y yo no supe qué contestarle. Porque solo puedo decirle que estoy allí para lo que sea, pero no puedo llevarme un poco de la carga, no puedo saber lo que es estar inmersa en la plena realidad. Va por todos ellos, por los que han perdido a alguien y no se han podido despedir, por los que están contagiados ーen hospitales o en su casaー, y, en general, para todo el mundo.

Un golpe de realidad, de una realidad casi distópica en la que los errores se agravan, las soluciones no son suficientes. En la que la gente se desespera. Y es normal querer salir. Es normal querer volver a la normalidad, porque esta se puede controlar. El descontrol, la arbitrariedad de los acontecimientos, molestan: no los queremos. Porque es así como somos. Por eso él o ella decide pasear un poco más de lo permitido o decide ir a comprar cuatro o cinco veces al día. Y no los podemos culpar. Todos querríamos hacerlo. Lo que pasa es que ellos olvidan.

Y es que el aislamiento implica no ver qué está pasando. Y el no ver da una falsa seguridad. Y probablemente conozcas a alguien que esté trabajando en el hospital, que haga turnos de treinta horas, que tenga que reciclar su equipo, que haya tenido que irse de su casa por miedo a contagiar a su familia. O a alguien que esté infectado, que le arde el pecho de tanto toser, que tiene fiebre, que está aislado con su familia. Incluso a alguien que esté intubado. Pero pensamos que no nos pasará, y es lo que debemos hacer para poder dormir por las noches, para poder calmar el estómago, es la aspirina que alivia el dolor de cabeza y de pecho.

Esto es, un golpe de realidad. Una realidad que se escapa de nuestras manos. La pérdida del control. La impotencia.

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