Tanteando el terreno

 [Esta entrada es de archivo y se escribió el 22 de septiembre del 2020]

Había descartado por completo la posibilidad de poder desarrollar mi imaginación más a allá de la barrera de mi propia mente. Se me ha escapado a veces, eso sí, pero nada más que un papelito en el que podía escribir cuatro ideas tras una mirada entelada y juzgadora.

Ha sido duro, lo ha sido, pero a penas puedo recordar cómo me sentía en ese momento. Ha pasado casi un mes y siempre me sorprenderá desagradablemente cómo funciona la memoria. Porque es algo que se escapa de mi control, se deshace. Es como esa colonia que se adhiere a la prenda y que va perdiendo su esencia a cada lavado, pero que queda allí, como un pequeño resquicio de lo que fue. Siento que más de la mitad de la vida se va perdiendo a causa de la memoria (o del detrimento de esta), a causa de ese sistema, esa defensa que tiene el cerebro ante la saturación de información. Es algo que se agradece en parte, pues no creo que mi cerebro aguante mucha más información, pero a su vez es un duelo continuo porque me gusta recordarlo todo y no puedo. Solo queda la esencia: cómo me sentí. ¿Me pierdo a mí misma cuando pierdo memoria? ¿Nos perdemos? ¿O nos ganamos? ¿Me gano pues evito ahogarme entre estímulos provenientes de mis propios recuerdos? No sé, pero cada vez que recuerdo lo que he dejado de recordar me inunda una nostalgia falsa, inexistente, que se evapora con el tic tac del reloj.

***

Es más fácil empezar a escribir sin haber planificado nada, pero eso dificulta su continuación: sobre todo la conclusión. No sé qué más decir y no es porque no tenga nada que decir, sino porque, al contrario, tengo demasiadas cosas que añadir. Escribir para mí es un embudo -una metáfora muy poética, lo sé-, y mis pensamientos no son líquidos, tampoco son sólidos, son bolas de algodón desmigajadas pero anudadas entre sí, que no paran quietas, que se hilan entre ellas y a veces, en contadas ocasiones, llegan a formar un continuo que sí que puede pasar por ese embudo, llegar a mis dedos y traspasarse al papel -en este caso, en la pantalla-. Una constante espera a que se ordenen los pensamientos, que estos formen frases coherentes y universales. 

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