pensamientos recurrentes

 [Esta entrada es de archivo y se escribió en 17 de febrero del 2020]

Tus dedos presionan las teclas a un ritmo descompasado y a su manera, porque al fin y al cabo nunca hiciste clases de mecanografía. Tu mente viaja hacia adelante y hacia atrás, hacia los lados incluso, pero nunca se mantiene firme, en un solo lugar. Rebelde, insaciable, te hace la vida imposible. Pero es tu mejor arma. Tu mejor cualidad, sin duda...

Una anestesia de la mente, un cansancio colectivo. Una depresión general.
No eres la única y en parte eso te calma, pero si te pones a pensar, en realidad eso es peor. Porque algo no va bien. Y todos lo decimos. No directamente, pero lo decimos. Lo decimos con los ojos, con los gestos, con las acciones. Lo decimos a gritos, a gritos internos, a gritos digitales que desgarran pero que se acaban ocultando.

¿Tiene solución? La negativa ante esta respuesta desespera, por eso es obviada. No, no tiene solución. Nada lo tiene, al fin y al cabo. Entonces lo único que tienes que hacer es dejarte llevar. Pero también tienes que luchar. Porque seguirás sintiendo esta pereza eternamente, seguirás sintiendo este cansancio, este no-sé-qué que te bloquea, que se agarra en tu cráneo, que sigue ahí, cada día, incluso cuando cierras los ojos al final del día. E intentas no pensar en ello, porque es lo que te mantiene despierta por las noches y es lo que te persigue en sueños, lo que te arranca de cuajo las ganas, el entusiasmo y la pasión.

No es normal. No es normal sufrir. Esto es la pérdida de algo que nunca has tenido. De algo que era tuyo, pero que te lo quitaron cuando cumpliste dieciocho años. O incluso antes. Te lo quitaron cuando aprendiste a hablar. Cuando diste tus primeros pasos. Cuando empezaste a pedalear sola: cuando hacías fuerza con las piernas e intentabas mantener recto el manillar sin poder evitar que se fuera desviando con cada movimiento. Cuando empezabas a creer en ti, a tener seguridad, a ver que eras capaz de aprender por ti misma, bajo la mirada incrédula de aquellos que te querían.

Esto te lo han arrancado. Y se te ha olvidado. Y por mucho que te lo recuerden, siempre se olvidará.

Y ahora eres una perfeccionista insaciable. Porque tardarás demasiado en empezar. Porque quieres que todo salga bien y tienes miedo a equivocarte. Y si te equivocas, se añadirá otra nube negra a esa sublime tormenta eléctrica que se esconde detrás de tu mirada cristalina.

Y porque todo lo dejas a medias.

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